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Como un jinete de sueños desbocados que corre tras los pasos luminosos de una ilusión, un niño empuja sin tregua cualquier obstáculo que estorbe en su tarea de construir mágicas realidades.

Sus ojitos destellan de inocencia inmaculada haciendo sombra a cualquier nota amarga que detenga su canción.

Crea mundos infinitos de colores brillantes y entre carcajada y carcajada desparrama la esperanza de que todo puede cambiar.

El niño cree, ama y experimenta a cada segundo con infinita entrega, no sabe de mezquindades, ni de egoísmos interesados. No hay detrás de sus actos intenciones rebuscadas.

Es simple, es noble, es un gigante pequeñito capaz de derribar la más enorme de las murallas. Su voz suave y risueña traspasa los oídos y acaricia el alma.

Es imposible conservar un gesto serio después que estalla su picara carcajada, que contagia y ablanda la dureza de los que, en tiempos de prisa, esquivan lo simple de la vida.

Capitán de quimeras prohibidas, artífice de las miradas más tiernas, precursor de horas perfectas, rey de un castillo de arena resistente a la furia de cualquier mar.

En sus manos diminutas se escurren los problemas, la amargura se desliza por el cuenco de sus hoyuelos perfectos, y la desesperanza se reduce a nada cuando su respiración tranquila colma de paz y de ternura los ojos de quien tiene la fortuna de verlo dormir.

Un niño es la obra de arte más perfecta, la magia, la sabiduría y la conciencia. Un niño es la ilusión de perderse en lo desconocido y encontrarse, la libertad de dejarse llevar por una nueva aventura a cada instante. Es tener la curiosa inquietud de no estar detenidos en un mismo lugar.

Ser niños es poesía, es un dibujo garabateado con mil colores, es la mágica recompensa de soñar con los ojos abiertos. Es no perder la capacidad de sorpresa, la sencillez, lo auténtico, lo fundamental.

Ser niños es ser grandes, es saber lo que es importante, es amar con libertad, es sujetarse a la tibieza de un rayo de sol, es correr con fascinación sin saber a dónde se quiere llegar, es saltar sobre un puñado de hojas secas y rebalsar de alegría, es ganarle la batalla a cualquier miedo cuando se está cerca de papá y mamá.

Es tener héroes como hermanos, sabios salvadores como abuelos, cómplices incondicionales como amigos y contar con algún que otro ángel guardián que se fue demasiado pronto y los cuida desde otro lugar.

Ser niño es ser bendito, ser perfecto aún con lo que falte por aprender, es ser protagonista de un cuento en el que siempre se tiene el optimismo necesario para un final feliz.

Ser niño es ser esencia, es el más dulce néctar, es la fe de creer que si una vez fuimos poseedores de toda esta riqueza, el alma no lo olvide y que, de tanto en tanto, podamos revivir la perfecta sensación de ser como ellos otra vez.