Seleccionar página

             Con la luz del sol asomando en sus pupilas, y la brisa fresca acariciándole la piel, salió decidida a buscarlo. No tenía en su mente ni una pequeña duda que nublara su cielo repleto de certezas. ¡Era él!, ahora lo sabía, y estaba dispuesta a todo.

            Sus oídos por fin estaban completamente sordos a cualquier critica, durante años estuvo tan sujeta a ellas, atándose tontamente, impidiéndose tomar entre sus manos lo que en verdad necesitaba por el temor absurdo a ser rechazada, a ser señalada por ese dedo cruel, que sólo señala al resto porque es incapaz, él mismo. de hacer nada. Mucho tiempo le había llevado darse cuenta de eso, pero por fin la lección estaba aprendida.  Y hoy ya no sentía el peso de la culpa en sus espaldas. Ahora caminaba erguida y con la vista fija en sus sueños, sólo en los suyos, contemplando su derecho a ser libre, su necesidad imperiosa de ser ella misma, de ser feliz.

            Convencida de que quien en verdad la respetara, aquellos quienes en verdad la apreciaran, estarían a su lado respaldando sus decisiones, apoyando todas sus causas. Esa seguridad profunda de sentirse respaldada la empujaban aún más a dejarse caer por fin entre sus brazos.

            ¿Sería difícil el camino? Absolutamente, pero valdría la pena cada gota de sudor derramada. El esfuerzo, la paciencia y un trabajo cotidiano y constante serían sus herramientas. Su amor el elemento esencial  que la alentaría cada vez que sus fuerzas flaquearan. Lo demás llegaría solo, como feliz recompensa a su devoción sin pausa.

            Una vez que lo tuvo frente a frente no dudo. Lo miró con sus ojos grises desbordando de emociones puras, le sonrió de lado  y arqueó sus cejas con ternura.

            -Eres el hombre que quiero a mi lado-le dijo-, con el que quiero amanecer cada día, con el que quiero abrazar la medianoche y desatar el alba. Eres mi hoy y mi mañana. Tu ayer no mi importa, ni tus penas, ni tus cargas, ni tus años, ni tus miedos, ni nada, porque sólo te veo a ti y el resto se vuelve nada ante este amor que tapa lo imperfecto y agiganta todo lo que de ti elijo, lo que me enamora, lo que me encanta. Y yo…yo seré tu nuevo comienzo, tu hoja en blanco, tu tinta, tu pluma y tu palabra…yo seré todo lo que necesitas, más un manojo de pequeñas fallas que inevitablemente aparecerán de vez en cuando, pero te prometo que también seré la fuerza para superarlas y el obstinado empuje que te permitirá olvidarlas.

            Ella le propuso infinidad, la magia eterna de vivir enamorados a través de los años. Le habló de cosas eternas y verdaderas, no de esas mariposas vanas que se mueren después de un verano, le habló de eso que casi no existe, de lo verdadero, de lo que no desaparece nunca, de lo que no se aquieta con los años.

            El hizo una pausa y la miró en silencio. Recorriendo el laberinto de sus pupilas que se abrían mostrándole el camino. Y aunque por unos instantes el miedo le congeló el alma, sabiendo lo difícil que sería desafiar a sus familias, a los prejuicios propios  y ajenos, lo duro de afrontar las diferencias, lo complicado de saltar la brecha de la experiencia, de aquellos crueles diez años que los separaban, ignorando aquel hielo que trató de asfixiarlo, él se armó de coraje y también decidió arriesgarse.

            Porque después de todo, el amor no es más que un juego de azar, en el que es imposible medir las perdidas, porque sólo se gana si se asumen riesgos, si se pelea, si se desafía, si se apuesta, y ellos apostaron fuerte. Sobre el tablero de la vida cada uno puso en juego su corazón, convencidos de que sólo los valientes llegan a la meta, porque ella estaba dispuesta a todo y él estaba decidido a no perderla.